Piedrahíta es mi pueblo. Aquí pasé largos años desde mi infancia, y me supone un honor inmenso. Volver cada vez que el tiempo me lo permite me regala el bienestar de los recuerdos y el reencuentro con todo cuanto me hizo feliz, con personas y emplazamientos que realmente valoro. Tener un pueblo es tener una fortuna y, siendo Piedrahíta, representa un privilegio inigualable.
Volver a caminar sobre el mismo suelo que antaño recorría, comprobando que la esencia permanece, a pesar de los cambios que las épocas dibujan con su paso, me obliga a sonreír de alegría, mientras respiro este aire que me envuelve, recreándome en el silencio que quiebran algunas aves con su aleteo. Y aunque la vida se atavíe con diferentes ropajes, y el pasar de las estaciones nunca frene su galope, la más profunda esencia de mi pueblo resiste anclada con fuerza y bravura a desbocados inviernos y canículas fatigantes.
Gracias por tanto, Piedrahíta.
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