Quien me conoce sabe de mis gustos y preferencias. Aquellos
lugares de calma, de retiro y soledad, me han hechizado desde siempre, quizá
sin explicación alguna; simplemente, sin más. Caminar enlazado al silencio,
inmerso en mis pensamientos, respirando pausadamente y dosificando mis pasos,
me prenden a esa quietud que tanta falta hace.
Las necrópolis saben de paz, de prudencia y de misterio, y
no hay un solo resquicio que rehúya un secreto. Y entre las losas de mármol,
cruces y mausoleos, unas pequeñas almas abarrotadas de vida, deambulan a sus
anchas con cautela y elegancia. El suave y exquisito movimiento de los gatos
del cementerio, decoran el camposanto con sigilo en cada huella y magia eterna
en sus miradas. Reservados y expectantes, acechan y analizan cada leve
movimiento que circunda su ser, estáticos e inquebrantables, cómo gárgolas
majestuosas de apariencia imperturbable.
En plena libertad, coexisten, emancipados de un mundo
exterior. Gracias a personas con alma pura, viven sin recelos, resguardados en sus
dominios, donde sellan su rastro
con la marca del gato.
con la marca del gato.
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