Los días de playa se acercan, es inevitable. Incluso yo lo
deseo, a pesar de mis gustos por el frío, por el invierno más crudo y las luces
grisáceas del gélido amanecer. No me importará acercarme a la orilla, empapar
mis pies curiosos y llegar hasta la luz del faro, que supongo servirá de guía
en el ocaso de mis paseos. Lo poco gusta y lo mucho cansa. Y sí, es cierto: se
va cambiando. Pero eso es lo bueno, porque así, uno no se aburre. Cada estación
tiene su tiempo, igual que el gozo por lo dulce o lo salado. Y nadie podrá
quitarnos, espero, esos ratos de sol y aire, recostados frente al agua, con algo
que nos refresque y las tapas del lugar.
Esas, que no falten.
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