viernes, 31 de marzo de 2017

Luces y sombras de Madrid


Os voy a contar algo que me sucedió, a pesar de lo que muchos puedan opinar, pues es algo tan cierto como que ahora es de día.
El centro de Madrid es variopinto, y nunca sabes qué podrás encontrarte a la vuelta de la esquina, o en la tienda de comestibles, o entre dos coches, al cruzar hasta la otra acera. Sí, entre dos coches; dos vehículos normales que reposan tranquilos, sin meterse con nadie. Y allí, entre medias, agazapado, reptaba un hombre, arrugado, sin permiso del ayuntamiento. Por mi parte, quise cruzar, mientras buscaba una dirección, atento a lo mío, pero distraído del resto. Y en aquel preciso instante, ni antes ni después, casi hubo una catástrofe de proporciones épicas.
El hombre escondido al que casi no vi, estaba en plena faena, con sus cosas, regodeándose y disfrutando el momento. Doblé el esquinazo del vehículo, rodeándolo con el ritmo habitual, y a punto estuve de meterle un pie en la boca. Él se me quedó mirando con fijeza, lo mismo que hice yo, en un asombro mutuo. El fulano de turno estaba haciendo de vientre en plena calle, sin miramientos, con cara de circunstancias. Le dije, tras el susto, que había un bar enfrente donde bien podía haber entrado para plantar su pino, en lugar de dejarlo en plena calle, abandonado e indefenso. No sé si aquel hombre sabía comunicarse, ya que no mencionó palabra alguna, y mientras tuve que saltar sobre él, para no caerme de bruces, el pollo siguió a lo suyo, apretando, quedándose en una gloria relativa.
En casos de urgencia de esta clase, imagino que el dueño de un bar permite la entrada, incluso sin consumir un triste café.  A cualquiera puede sucederle un episodio de esta envergadura. Pero… ¿montarse la fiesta en plena calle? Otra cosa no habrá en Madrid, pero bares…

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