jueves, 10 de agosto de 2017

Que no prendan la mecha.


En 1962 se vivieron tensos momentos. La crisis de los misiles en Cuba se convirtió en el conflicto más peligroso que dibujaba un panorama aterrador. El descubrimiento norteamericano sobre las bases de misiles nucleares de alcance medio soviéticos, en territorio cubano, estuvo a punto de desencadenar un enfrentamiento nuclear. Desde entonces, no se ha sentido un desafío tan hostil, en estos términos, hasta ahora. Estados Unidos y Corea del Norte no pueden presumir de estar encabezados por dos almas de la caridad. Muy al contrario, el ego, la huella de poder y dominio, y esa prepotencia tan arraigada en algunos líderes, nos pueden llevar a un caos sin precedentes.
Dicen que “perro que ladra no muerde”. Pero si estos perros de la guerra se equivocan y deciden dentellear, la herida no se cerrará. La hecatombe nacida por pulsar unos botones sería de tal magnitud, que la devastación cubriría el mundo. Y eso no lo quiere nadie, ni siquiera quien amenaza de un lado o de otro. Las bravuconadas no suelen tener largo recorrido, en circunstancias normales, hasta que los cables se cruzan y se tira por la calle de en medio. Lo malo es que cada uno de los bandos está bajo el yugo de un pendenciero, que ni calla ni se achanta. Las amenazas son respondidas con desafíos que aumentan cada día, y uno se pregunta: ¿Hasta dónde van a llegar unos y otros? Si, por un lado, el presidente norteamericano, Donald Trump, no consuma sus advertencias, quedará en evidencia ante un mundo que, eso sí, agradecerá su incumplimiento. Lo nefasto del asunto es que este hombre no debe llevar nada bien quedar en ridículo y con los pantalones bajados, por lo que, en un momento de ira e indignación absoluta, es posible que sus palabras se pongan firmes. Por otro, el mandatario coreano que vive en su burbuja, creyéndose al margen de todo, tirando de una cuerda demasiado deshilachada. Y puede que se rompa.
No quiero ni pensar que amanezcamos con una guerra global. Si ya nos está costando salir adelante con nuestras cosas de andar por casa, la puntilla sería, sin duda, una debacle de estas características.

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