Te has marchado, sin llegar a cumplir once años, y no sabes
el vacío tan grande que has dejado aquí. En silencio, igual que tu caminar, nos
has dejado, por culpa de una injusta enfermedad que te ha arrebatado la vida. No
te lo merecías. Son estas cosas las que han hecho tambalear mis creencias, pues
mis convicciones se han desvanecido de manera instantánea.
Nunca pensé que algo así pudiera pasarte, tan joven. Siempre
fuiste un gato sano y fuerte, con una belleza excepcional y un carácter
maravilloso. Te hemos querido con el alma, de la misma manera que tú nos has
demostrado tu cariño, cada día, cada año, sin dejar de mirarnos ni un instante con
aquella devoción en tus ojos.
Nos has dejado en un momento en el que las palabras no
tienen sentido, y los recuerdos consiguen que te veamos en cada rincón. Cada gesto,
cada maullido, cada minuto de compañía, se agolpan en la memoria, mientras la
melancolía se empeña en dibujar tu silueta a fuego. No hace ni dos días que te acompañamos
hasta el final, viendo el cerrar de tus ojos y el descanso de tu latir. No hace
ni dos días de aquello, mientras sentimos aún en los dedos el recuerdo de tu
ronroneo.
Gracias al destino llegaste a nuestras vidas, y el mejor
regalo fue tenerte. Te adoptamos, rescatándote del frío y de los peligros de la
calle, y a cambio, llenaste nuestro camino de inmensa felicidad. Han sido unos
años maravillosos a tu lado, y siempre te recordaremos como el gato que coloreó
nuestra existencia con infinita mirada y amor incondicional.
Gracias por haber sido tú, pequeño. Lo único que deseamos
ahora es que allá donde te encuentres, aguardes nuestra llegada, y así poder
abrazarte de nuevo, algún día. Mientras tanto, sé feliz. Juega, corre, maúlla
con fuerza, como hiciste aquí. Y, sobre todo, recuerda que no dejaremos de
quererte nunca.
Hasta pronto, Ulises.
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