lunes, 25 de junio de 2018

Calores incómodos




Una de tantas veces que el calor apretaba, sentí la necesidad de alejarme, por unos instantes, del esfuerzo desmesurado que suponía trotar, sobre aquellas murallas al sol.
Ávila tiene magia, incluso en cada grieta, y a pesar del sofocante verano, pasear por sus entornos ofrece una calma especial.
A mitad de camino, sin haber tenido la precaución de agenciarme algo de agua, quise sentarme en algún lugar donde poder respirar, a la sombra de algún árbol que quisiera cobijarme. De pronto, ni muy lejos ni cerca, divisé unos bancos hermosos, concretamente tres, agazapados entre unos matojos. El más grande de ellos, asomaba, por un lado, dejando ver sus formas, invitando a ser usado. Lo malo era, sin duda, la colección de ortigas puntiagudas que rondaban por allí, especialistas en dar picor a quien quisiera acercarse, cosa que no hice, por desgana. No me apetecía en absoluto pasar la tarde entera rascándome como un poseído, y seguí mi camino. Y allí quedaron los bancos, sepultados bajo la maleza, mostrando al mundo sus encantos, que tampoco eran muchos.


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