No es frecuente encontrar Madrid sin nadie. Diría que se
trata de un hechizo lanzado por alguien que sabe de magia, pero de la buena. Resulta
reconfortante pasear por una ciudad que, por regla general, regala la asfixia a
quien la “patea”, pues no es habitual dar cuatro pasos seguidos sin chocarse
con quien venga de frente. Claro está, no toda esta metrópoli es un hervidero,
pues todavía existen zonas de relativa calma, pero aquellos sitios destinados
al desgaste de la suela y la mirada perdida, embetunan los nervios de un malestar
oscuro como el chapapote, denso e incómodo.
La imagen de Madrid sin gente aporta un placer desconocido,
que en muy contadas ocasiones se puede percibir en la capital de España. La ausencia
de bocinas, griteríos y ambiente cargado en general, deleita a quien tiene la
fortuna de encontrar así esta enorme ciudad.
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