Está a punto de desaparecer otro año. A veces no somos conscientes de lo rápido que sucede la vida, pero, si nos detenemos por un instante en meditar sobre este asunto, quizá caigamos en la cuenta de que no aprovechamos bien nuestro paso por la tierra.
Ocupamos demasiado tiempo en nimiedades, y lo que es peor, en amargarnos con cuestiones que solamente nos ofrecen disgustos. Pelearnos con los demás, alterarnos, avinagrar nuestro carácter con situaciones de las que deberíamos pasar… Creo firmemente que es hora de aprender a tomarse las cosas de otra manera, aunque ya nos pille mayores. El saber no ocupa lugar, y lo más bonito de todo esto es que si nos centrásemos en lo que verdaderamente importa, todo iría mucho mejor. Y habrá quien pregunte: “¿ Y eso cómo se hace?”… Pues, simplemente, disfrutando de esas cosas a las que normalmente no damos importancia, pero que están ahí para nosotros. Disfrutar con nuestra familia, con nuestros amigos de verdad, incluso con aquellos conocidos que, de una u otra forma, están cosidos a nuestro camino. Disfrutar de las buenas charlas en directo, de los paseos, de los amaneceres, sin tanta pantalla de móvil u ordenador, a las que parece que estamos pegados. Disfrutar del silencio de un bosque, del frescor de la orilla del mar, del aroma de la lluvia, del último rayo de sol. Gozar con la mirada limpia de un perro, con los ronroneos de un gato, con el canto de las aves, con el eco de nuestra voz. Una cálida compañía, una taza de té, el crepitar de la chimenea en invierno, o las horas de más que nos regala el verano. Son tantas las cosas que nos rodean, que deberíamos dar las gracias por tanta belleza. Y las tenemos ahí, al alcance de la mano, pero no siempre las tenemos en cuenta.
Los años se van, y ahora, en este páramo que han convertido nuestra existencia, esperaremos la llegada de un nuevo período que, ojalá, comience a arrojar algo más de luz, y poder ir dejando atrás las alargadas sombras de quienes decidieron volcar su herrumbre sobre todos.
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