miércoles, 16 de agosto de 2017

LIFE


Después de ver la película “Life” (Vida), uno llega a plantearse si de verdad merece la pena encontrar vida inteligente fuera de nuestro mundo. No voy a entrar en críticas hacia la película (una copia de “Alien” que, en este caso, no es para tirar cohetes) pero sí quiero centrarme en la idea, que podría ser aterradora. Si desde hace muchos años, los humanos (algunos) están empecinados en encontrar señales más allá de nuestro planeta (Proyecto SETI, entre otros), es posible que algún día recibamos noticias, si es que no las hemos tenido ya.
Yo siempre he creído en los extraterrestres, pero básicamente porque no creo que en este vasto universo estemos más solos que la una. Y aunque hubiese vida únicamente en un planeta de cada galaxia, ya habría mundos habitados para dar y tomar. El problema es que, si nos miramos a nosotros mismos, tan básicos a pesar de todo, veremos que a lo largo de nuestra historia hemos llenado nuestras páginas de dolor y heridas que no cierran. Y si, por lo más remoto, ciertos “seres de fuera” se comportan como lo hemos estado haciendo nosotros a lo largo de los tiempos, lo llevaríamos “clarinete” si se presentasen aquí.
Mientras hay quien opina que convivimos con ellos, la idea de que estamos solos continúa vigente en ciertos sectores. Allá cada cual. Pero de la misma manera que no me arrimaría a una serpiente venenosa con cabreo, me mostraría ciertamente esquivo con esas inteligencias que… a saber de lo que son capaces. Los que crecimos con “E.T.” presenciamos el “buenismo” de un ser entrañable, capaz de empatizar y hasta de sonreír, hablando nuestro idioma y comportándose como un colega. Pero aquellos alienígenas cinematográficos, cuyo máximo interés estriba en cargarse nuestra existencia, aparte de ser desagradables a la vista, tienen un peligro bárbaro. Y es curioso, pero muchas cosas de las que vemos en el cine acaban pasando.
No me gustaría, por tanto, que turistas estelares se presentasen para darnos por ahí. Ya tenemos suficiente con todo lo que nos rodea, a nivel terrenal, como para tener que soportar asistencias irritantes. Tirando de frases hechas, diré aquello de “Virgencita, que me quede como estoy” y “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”.


domingo, 13 de agosto de 2017

Despacito

Así vamos por la vida, despacito. No nos queda más remedio, porque todo está como está, y eso que no deberíamos quejarnos, si echamos un vistazo más allá de nuestros límites. Por cierto que, la cancioncita que lleva ese nombre, “Despacito”, no la soporto. Me pasa lo mismo con todas las canciones de verano, que de tanto escucharlas en todas partes, me resultan odiosas. Me pasaba con Georgie Dann y su barbacoa, o con las Ketchup y el tan sonado “Aserejé”, que no paraban de escupirlas en cada rincón. No había chiringuito que se librase de semejante castigo para los oídos, y eso que a un amplio sector les encantaban estos cánticos. Ahora, aunque ya más suavizado, continúa dando el tostón este “Despacito”, porque el verano no ha acabado y quien lo lanzó ha de amortizarlo.
Las tortugas se libran de intentar asimilar las letras de ciertas canciones, y sus cansinos "soniquetes", porque ya tienen bastante con avanzar a su paso, lentas pero seguras. Cuando se cansan, recogen y se enclaustran en su hogar, sin rendir cuentas, abstrayéndose del mundo, y hacen bien. Ojalá todos tuviésemos esa facilidad para alejarnos de cuanto nos rodea y evadirnos de los malos rollos. Pero nos falta mucho para llegar a ser como ellas. En el fondo, los humanos tendríamos que aprender de estas guapas criaturas, y del resto de la fauna en general, porque no hacen más que darnos lecciones. Mientras nos cargamos el mundo de mil maneras diferentes, el resto de los seres nos enseñan en silencio lo que somos: Una constante aberración que, creyéndose dueña de todo, y de todos, arrasa por donde pisa y, como el caballo de Atila, sellando un suelo donde crece menos vida cada vez.
Cuando observo el reino animal, me siento tranquilamente y miro con detenimiento. Me asombran, todos y cada uno de ellos, con cada paso, gesto o mirada. Sonrío y respeto, al tiempo que deseo lo mejor para esos seres que tienen el mismo derecho a estar, como nosotros, sobre este planeta, este regalo, que el ser humano decidió maltratar. Y cuando tiro de masoquismo y miro las noticias, me revuelve comprobar que, a día de hoy, estamos viviendo de propina, pues las reservas del mundo afloran a gritos, y si todo sigue igual (y a veces no tiene pinta de que haya mejoría) dentro de un tiempo sabremos de la angustia que sufren los que miramos de reojo, en la lejanía.
Aun así, mis esperanzas se mantienen firmes, a pesar de todo. Sigo creyendo en la gente, en la buena gente, y quiero pensar que sobrepasa en número a aquellos que hacen el mal. Entre mis deseos prioritarios, sin duda, el mundo; nuestro hogar y refugio. Si hay alguna posibilidad de que las mentes se renueven y se limpien, que suceda cuanto antes, porque esto es una cuenta atrás.

jueves, 10 de agosto de 2017

Que no prendan la mecha.


En 1962 se vivieron tensos momentos. La crisis de los misiles en Cuba se convirtió en el conflicto más peligroso que dibujaba un panorama aterrador. El descubrimiento norteamericano sobre las bases de misiles nucleares de alcance medio soviéticos, en territorio cubano, estuvo a punto de desencadenar un enfrentamiento nuclear. Desde entonces, no se ha sentido un desafío tan hostil, en estos términos, hasta ahora. Estados Unidos y Corea del Norte no pueden presumir de estar encabezados por dos almas de la caridad. Muy al contrario, el ego, la huella de poder y dominio, y esa prepotencia tan arraigada en algunos líderes, nos pueden llevar a un caos sin precedentes.
Dicen que “perro que ladra no muerde”. Pero si estos perros de la guerra se equivocan y deciden dentellear, la herida no se cerrará. La hecatombe nacida por pulsar unos botones sería de tal magnitud, que la devastación cubriría el mundo. Y eso no lo quiere nadie, ni siquiera quien amenaza de un lado o de otro. Las bravuconadas no suelen tener largo recorrido, en circunstancias normales, hasta que los cables se cruzan y se tira por la calle de en medio. Lo malo es que cada uno de los bandos está bajo el yugo de un pendenciero, que ni calla ni se achanta. Las amenazas son respondidas con desafíos que aumentan cada día, y uno se pregunta: ¿Hasta dónde van a llegar unos y otros? Si, por un lado, el presidente norteamericano, Donald Trump, no consuma sus advertencias, quedará en evidencia ante un mundo que, eso sí, agradecerá su incumplimiento. Lo nefasto del asunto es que este hombre no debe llevar nada bien quedar en ridículo y con los pantalones bajados, por lo que, en un momento de ira e indignación absoluta, es posible que sus palabras se pongan firmes. Por otro, el mandatario coreano que vive en su burbuja, creyéndose al margen de todo, tirando de una cuerda demasiado deshilachada. Y puede que se rompa.
No quiero ni pensar que amanezcamos con una guerra global. Si ya nos está costando salir adelante con nuestras cosas de andar por casa, la puntilla sería, sin duda, una debacle de estas características.

sábado, 5 de agosto de 2017

El Oso Panza (digo Panda)


Tan tranquilo, el Oso Panda se sienta al sol, recostado sobre un tronco poco anatómico, pero le vale. Cuando está rodeado de bambú, el mundo deja de existir para él. Aunque tenga alrededor un enjambre de personas viendo cómo se aprieta el aperitivo, le da lo mismo. Y mientras dura su tentempié, mastica, escupe, se estira, bosteza y sigue. Es una especie de saco sin fondo, mullido y aparentemente suave, puesto a dedo en el mundo para adornar con su belleza y hacernos sonreír. No digo que sea un santo, porque tiene su buen genio, pero mirarle mientras come, tan apacible y relajado, hace que esa calma contagiosa nos alcance.

Alas celestiales en el mundanal mundo






Tanta variedad de aves hay en este mundo que, si tuviera que elegir una, no creo que fuera capaz. Todas y cada una de ellas tienen belleza innata, es indiscutible, aunque también puede ser peligrosas, qué duda cabe. La mayoría no suele atacar deliberadamente, excepto en casos en los que perciba una amenaza… o tenga más hambre que el perro de un ciego, en cuyo caso, es posible, que confunda a alguien con un plato de estofado. Águilas, halcones, búhos reales… son espectaculares verlos de cerca, pero con cierta prudencia.

Asesinato en el Zoo


Los capuchinos son unos monos que, tiempo atrás, recibieron ese nombre por su parecido con el hábito de los monjes (capuchinos) Que nadie piense que reciben ese nombre porque beben café, porque no es así (aunque alguno puede que haya) Según dicen, son los monos más listos del Nuevo Mundo, y hay quien los tiene en su casa como mascota exótica.
No son muy altos, y una de las características más peculiares que poseen es su cola, que mide lo mismo de su cuerpo (su cola trasera, se entiende) Tiene unas extremidades prolongadas y muy hábiles, que usan hábilmente para agarrar cualquier cosa, mientras que sus dedos pulgares son oponibles. Por cierto, que, su mencionada cola, es prensil, por lo que con ella se ayudan mucho para sujetarse.
Estos monos tienen una dieta muy variada (son omnívoros) Se zampan de todo: Frutas, frutos secos, semillas, brotes, arañas, huevos de aves, vertebrados pequeños, ranas, lagartijas, cangrejos… No pasan demasiado hambre porque saben buscarse la vida. Tanto es así que, si algún pájaro confiado revolotea cerca de las fauces de estos inquietos primates, muy posiblemente que acaben destripados (e ingeridos) como se muestra en la fotografía que tomé en el Zoo de Madrid.

Coco - Vídeo