Una copia puede ser útil, cuando sustituye, por ejemplo, a
un objeto que se ha extraviado. No habrán sido pocas las veces que hemos
clamado al cielo, pidiendo que apareciera ese juego de llaves, o hasta ese otro
calcetín que nos regalaron, y que tanto valor sentimental tenía. En momentos
así, una buena copia habría dado juego.
Pero hay cosas que son ciertamente inquietantes, como
encontrarse en mitad del campo un elemento escultórico que pincela la mismísima
Puerta de Alcalá. Y es que, esta copia tan bien realizada, que parece haber
sido arrancada de su lugar de origen, reposa sobre el césped de un terruño con
hierba floreada, disfrutando de la intemperie con lozana alegría en cada poro
de su pétreo semblante.
No creo, sinceramente, que tamaña obra haya surgido de la
nada, ni que sus líneas tan precisas sean fruto de la erosión. La naturaleza,
aunque inmensa en sabiduría, no suele ser capaz de perpetrar lo que en
cualquier parte se considera una anomalía de este calibre, por lo que los
lugareños sospechan, claramente, que algún gracioso decidió abandonar esta
creación en mitad del terreno.
No es que quede mal, sino que asombra. Y extraña más todavía
que nadie se haya apropiado de esta pieza, con la cantidad de coleccionistas
que abundan por todas partes.
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