domingo, 2 de abril de 2017

En el fondo del pantano.


Hay un pantano no muy lejos de aquí, según tuerces, a la izquierda. Un lugar donde el tiempo se detuvo, y ya desde épocas remotas cualquier cosa flota entre sus aguas. Los más mugrientos lanzaban toda clase de despojos, y el pobre pantano sucumbió. Los peces murieron, y con ellos, cualquier colorido alegre que le daba vidilla al asunto. Ahora, lo único que se advierte son los pringosos sedimentos y la impura cochambre que engorda la pátina, casi opaca, de una repugnante superficie llena de orines y heces. Lo que tiempo atrás se consideraba un poético rincón de cuento, donde las parejas coqueteaban y hasta el aire era puro erotismo, ahora los más avispados pegan un buen rodeo con tal de evitar el hedor... a no ser que tengan el muelle flojo. ¡Pero cuidado! A simple vista no parece peligroso. Y si alguien con catarro que no destaca por su olfato, se deja caer por allí, que no meta sus pies en remojo porque puede no sacarlos. Y, a día de hoy, tener los pies en la tierra, y en su sitio, está muy valorado.

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