domingo, 2 de abril de 2017

Las nieves que se fueron.

Recuerdo Madrid nevado, pero de eso hace mil años. Las calles blancas, igual que los coches y las farolas. Todo estaba brillante y el suelo era una pista de patinaje, con niños jugando y adultos rompiéndose algún hueso contra un portal. Todo muy idílico. Pero ese cambio climático, del que muchos reniegan, quizá haya sido el causante de que nieve menos, al menos por aquí, y los cuatro copos caídos no han cuajado nada. Una pena. Con lo bonitas que salían las fotos. Ahora, en lugar de eso, tenemos barrizales grisáceos que ensucian los bajos de los pantalones, y charcos de agüilla turbia que huele hasta mal. Los muñecos de nieve de ahora son tristes, amorfos y contrahechos, sin consistencia que soporte una pobre zanahoria como napia. Del blanco deslumbrante pasamos al inmundo gris churretoso, y ya ni en Navidad cellisquea como antaño. Qué asco. Cómo cambian las cosas.

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