martes, 28 de abril de 2020

Lo que viene



Miro a través de los cristales, y veo a unos niños corretear, como si jamás lo hubieran hecho antes, y hubiesen descubierto la magia del movimiento hace un cuarto de hora. Euforia al cubo es lo que se aprecia desde este mirador, además de algunos gritos que, en ciertos casos, se hacen imprescindibles para quien los emite. La lejanía que debe mantenerse entre personas obliga, en ciertos momentos, a comunicarse como los antiguos, dejando la calle desnuda entre medias. Desde una acera a la otra, las voces, en ciertas situaciones indescifrables, rompen el sueño de quienes pretendían aprovechar el tiempo en plena siesta. Y es entonces cuando las alteradas víctimas encolerizan.
Pero más allá de estos episodios, vivimos una temporada en blanco y negro, respirando una atmósfera sosegada que rompe nuestra calma cuando empezamos a pensar. Los tiempos que galopan están envueltos en drama, y nadie sabe cuántos acabarán cayendo ante la escasez. Vivimos el goteo del deceso diario, que empaña y oscurece las vidas de quienes quedan. Y el futuro que nos viene no puede ser peor.
Ante un horizonte tan sombrío, deslizamos las cortinas, asomamos la mirada y sonreímos por la alegría de esos niños que pasean su entusiasmo bajo nuestro balcón.

En remojo



La gente lleva lo mejor que puede el asunto del confinamiento. Parece que van a ir levantando el castigo, y se va a poder salir, poco a poco, pero con todas las precauciones. Claro que, siempre habrá quien se salte las normas, y vaya haciendo el cafre.
El tiempo parece que acompaña, aunque en ocasiones caen algunas lluvias que refrescan más de la cuenta el ambiente, y llevar manga corta supone un riesgo. Pero no para todos.
Eutiquio, el rinoceronte de la imagen, no tiene preocupación alguna con las mangas cortas, ni con ninguna otra prenda, por muy bien que le pudiera quedar. Él solo quiere estar en remojo, y hace muy bien. Se pasa las horas muertas en el agua, y cuando se aburre, sale y se queda frito. Ese es su modus operandi.

Como cabras



Las cabras de Villabotija son muy suyas. Nadie puede abrir la boca sin que protesten, aunque no vaya con ellas, y los lugareños ya ni las mentan. Gustan de ir en grupo a los sitios, y la cuarentena no ha servido para frenar los impulsos viajeros de estas bellas damas, a las que, por cierto, les podía haber caído unas cuantas multas por desplazamientos indebidos. No obstante, la suerte que tienen todas ellas es que las sanciones no llegarían a ningún destino, pues no están censadas, además de ir indocumentadas. Y cuando la autoridad ha intentado detenerlas, han puesto el turbo, y nadie puede pillarlas en lo alto de un risco, desde el que se cachondean de todo el mundo.
Estas cabras van por libre, y así, no se puede.

Aquí ni pica nada



Pepe no pesca nada. Su amigo, tampoco. llevan más de dos horas y cuarto sentados al sol, con las cañas ya temblorosas, resbalándose entre sus dedos sudados, pringosos como el membrillo. Los peces brillan por su ausencia, y los chavales han comenzado a cuestionarse si el agua también está en cuarentena por culpa de la pandemia.
Su rincón, el de ambos, que linda con un tramo de agua de mar, no luce transparente, quizá por el revuelo de la vida marina y su estampida. Ni siquiera agudizando la vista se ve nada que se agite, y a pesar de las horas, los dos ingenuos albergan todavía un absurdo optimismo ante lo que más parece un charco inerte.
El cielo se encapota por momentos, y lo que van a pescar esos dos es un catarro de órdago, si se descuidan. Después, llegarán las molestias, la fiebre, y los sustos.
Más vale prevenir.

Los riesgos de ponerse fino



El oso panda, cuyo nombre desconozco, pues peca de reservado, se esconde tras los matojos para ponerse fino. Su menú especial, además de su preferido, es el bambú. No se molesta un ápice en cocinarlo, ni siquiera en adornar su sabor con alguna especia de mercadillo, pues el oso es de gustos sencillos. También puede ser que el pobre sufra de hernia de Hiato, por lo que no tiene más remedio que apretarse los palitos verdes, así, a palo seco, sin guarnición.
La osa que tiene a su vera, a la que tampoco he tratado, escudriña con atención cada movimiento de su igual, por si acaso tiene la suerte de caerle un cacho de planta con la que quitarse cierto amargor. Pero, por ahora, no parece que vaya a pasar, pues el oso tragaldabas calcula muy ben sus bocados sin desperdiciar nada. Además de ahorrador es egoísta, qué duda cabe.
Por tanto, la osa, que de tonta no tiene un solo pelo, se está planteando lanzar su zarpa bajo los matorrales y, reptando como una culebrilla de charca, alcanzar con sus largas uñas alguna zona del congénere que le haga entrar en razón. Puede que un viaje a la comarca genital le haga al otro ser algo más generoso.

Manolito, el primate.



Un confinamiento no es algo apetecible, sobre todo para aquellos que gustan de salir, por ejemplo, a deleitarse con una buena bebida refrescante, acompañada, quizá, de algo para picar. Tampoco lo es para los niños, que se suben por las paredes, igual que hacen los padres, ante el enorme despliegue de gritos y golpes que soporta cualquier casa que los alberga. No es para menos, por tanto, pensar que un encierro obligado por culpa de una pandemia, es mucho más que algo aburrido; es insoportable cuando se dilata en el tiempo.
Hay quien tiene suerte, por poder moverse a sus anchas, si su lugar de residencia es amplio. En cambio, existen sufridores que se han de mover en espacios mucho más escuetos, y algunos sin apenas luz o ventilación. Los de este último apartado son, sin lugar a dudas, unos mártires en potencia.
Pero el caso de Manolito es bien diferente, pues goza de la serenidad que puede respirarse en las afueras, y la holgura que su parcela le otorga. En su arbolito, lugar donde pasa largas horas pensando, se estira, y con la mirada perdida, pero sin escatimar en agudeza, planea nuevas posiciones para relajar su enjuto y peludo cuerpo sobre la desgastada corteza. Sin mirar el reloj, pues no usa, nebuliza los efluvios que el viento le lleva, mientras su estómago está al tanto de lo que falta para darse un buen homenaje.
Manolito es, además de parco en palabras, un tragón. Y hace bien.



Coco - Vídeo