El oso panda, cuyo nombre desconozco, pues peca de
reservado, se esconde tras los matojos para ponerse fino. Su menú especial,
además de su preferido, es el bambú. No se molesta un ápice en cocinarlo, ni
siquiera en adornar su sabor con alguna especia de mercadillo, pues el oso es
de gustos sencillos. También puede ser que el pobre sufra de hernia de Hiato, por
lo que no tiene más remedio que apretarse los palitos verdes, así, a palo seco,
sin guarnición.
La osa que tiene a su vera, a la que tampoco he tratado, escudriña
con atención cada movimiento de su igual, por si acaso tiene la suerte de
caerle un cacho de planta con la que quitarse cierto amargor. Pero, por ahora,
no parece que vaya a pasar, pues el oso tragaldabas calcula muy ben sus bocados
sin desperdiciar nada. Además de ahorrador es egoísta, qué duda cabe.
Por tanto, la osa, que de tonta no tiene un solo pelo, se
está planteando lanzar su zarpa bajo los matorrales y, reptando como una
culebrilla de charca, alcanzar con sus largas uñas alguna zona del congénere que
le haga entrar en razón. Puede que un viaje a la comarca genital le haga al
otro ser algo más generoso.
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