Pepe no pesca nada. Su amigo, tampoco. llevan más de dos
horas y cuarto sentados al sol, con las cañas ya temblorosas, resbalándose
entre sus dedos sudados, pringosos como el membrillo. Los peces brillan por su
ausencia, y los chavales han comenzado a cuestionarse si el agua también está en
cuarentena por culpa de la pandemia.
Su rincón, el de ambos, que linda con un tramo de agua de
mar, no luce transparente, quizá por el revuelo de la vida marina y su
estampida. Ni siquiera agudizando la vista se ve nada que se agite, y a pesar
de las horas, los dos ingenuos albergan todavía un absurdo optimismo ante lo
que más parece un charco inerte.
El cielo se encapota por momentos, y lo que van a pescar
esos dos es un catarro de órdago, si se descuidan. Después, llegarán las
molestias, la fiebre, y los sustos.
Más vale prevenir.
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