Se agradece inmensamente algo de calma. Con todo lo que tenemos encima en España, poder salir de los núcleos habituales y perderse en los pueblos, es, sin duda, algo tan terapéutico que hasta los facultativos deberían recetarlo.
Ese silencio que bucea por las callejuelas, arañando sutilmente el empedrado, nos sumerge en una calma que no se puede tener, ni de lejos, en las grandes urbes. Y ahora, con las medidas más relajadas, la gente ya sale de sus casas para llevar una vida normal, o casi. En mitad de esta pandemia, que no parece tener final, aterrizar con los pies fuera del hogar es toda una aventura. Ya veremos cómo termina esto.
De momento, sigamos imaginando con viajar a lugares remotos, libres de gente y de virus. Los que ya lo han logrado, bien por ellos (siempre y cuando sean precavidos) Y los que todavía seguimos en nuestras burbujas, aguantaremos un poco más.
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