Hay personas que, por su edad, han vivido toda clase de vicisitudes, teniendo que lidiar con lo malo y lo peor de la vida. Lo bueno se lleva de maravilla, pero cuando una mala racha llega hasta ciertas personas, no siempre tienen el mismo nivel de fortaleza para acometer sus consecuencias.
La pandemia que se ha llevado a tanta gente, es algo que, quizá, jamás sepamos sobre su origen real. La plaga que llegó, o que fue soltada deliberadamente, hizo estragos, a todos los niveles, y la vida de todos cambió. Confinamientos masivos, multas, vigilancia y miedo.
Después llegaron las célebres vacunas. Los laboratorios se han lavado las manos, desentendiéndose de los más que posibles, reales, efectos secundarios. Mucha gente ha sido inyectada, precisamente para “salvarles” del bicho demoledor. Y tras las inoculaciones, enormes cantidades de personas han comenzado a sufrir otros tipos de dolencias, incluso fallecimientos, para las que los médicos, en líneas generales, han optado por justificar con ambigüedades.
Se dijo al mundo que la única solución frente a la pandemia era la todopoderosa vacuna, y que todo aquel que no fuera “inmunizado” caería irremediablemente en las garras de la enfermedad. Como borregos en fila, mesnadas de sumisos acudían a los “vacunódromos”, caminando y hasta en coche, para sacar su brazo y presentárselo al propio de turno.
Pero mucha gente ni siquiera enfermó, al igual que fueron grandes huestes de “ingobernables” los que no dieron su brazo a torcer. Estos, no quisieron someterse a lo que entendían como un experimento, más que como una cura. La opacidad de las élites ( políticos, laboratorios farmacéuticos, prensa, empresas involucradas, etc.) no hacían más que arrojar sombras sobre las ya de por sí constantes dudas que un gran sector de gente seguía teniendo.
La pretendida obligación que anulaba la libertad individual, era algo que clamaba al cielo. Pero, más allá de eso, ha existido una permanente hostigación contra todos los que, en su perfecto derecho, se negaban a ser inoculados con componentes desconocidos, almacenados en viales, tras escuetos estudios que se hicieron a marchas forzadas, cuando son décadas lo que se puede tardar en dar vida a un estudio fiable.
Pasado un tiempo, las secuelas de las vacunas ya estaban en boca de todos. Cada vez eran más los partidarios en asegurar que las consecuencias por el pinchazo iban más allá de un simple dolor de cabeza o malestar general. Y, a pesar de la constante ocultación de datos, por parte de todos aquellos que manejan las cifras, estaban las evidencias y el sentido común.
En mi caso, y tras vacunarme tres veces con la vacuna (para mí ha sido un veneno) mis importantes dolores de cabeza (que nunca antes tuve) han ido en aumento, tras cada estocada. Además, mis articulaciones se han visto más débiles, y por tanto, doloridas, a medida que me suministraban los pinchazos. Mi caso es uno más de los millones de perjudicados por todo este despropósito que nos ha tocado vivir.
Entre los casos más cercanos, he tratado con personas que, al igual que yo, sufren los mismos efectos indeseados , y otros, como alteración de la temperatura corporal, dolor muscular permanente, pérdida de olfato, problemas con las articulaciones y ligamentos, deficiencias cardíacas, incluso fallecimiento tras la vacunación.
Pero nadie va a responder sobre esto, por supuesto. Nadie va a responsabilizarse de tamaña masacre. Nadie tiene lo que hay que tener para reconocer que el fallo ha sido garrafal, y la sociedad, en su conjunto, nos hemos visto envueltos en una trampa mortal, mientras otros (muchos) se han enriquecido a mansalva a costa de nuestro sufrimiento.
¿Caerán algún día? ¿Pagarán por sus inhumanos actos? Pues dada la deriva que lleva todo, lo dudo bastante.
Parece mentira lo poco que vale la vida humana cuando se trata de atiborrar el bolsillo.