sábado, 18 de marzo de 2023

Las sorpresas de la vida


 

No hay un solo día sin sorpresa. Eso es lo que me solían decir, hace ya algún tiempo, y bien cierto que era. No obstante, hay que aclarar  que esos obsequios pueden venir embalados de muy diversa manera. Por tanto, hay días que recibimos agasajos de la vida, pero también podemos obtener incómodos presentes, como el que quiso llegar hasta mí la semana pasada.

Salía de mi casa, como cada mañana, encontrándome con un sol de justicia, impropio de aquellas horas. Desvié la mirada para evitar deslumbrarme, pero dejé de prestar atención a mis pasos, cosa que hago de forma habitual, confiando en el terreno, bajo mis pies. Y fue ahí donde el error resultó mayúsculo, pues ahondé mi zapato derecho en una enorme y descompuesta mierda, originando el consiguiente resbalón. El patinazo fue tal, que aterricé contra unos cubos amarillos, que no se metían con nadie, al otro extremo de la acera. Tras el golpe, que sin quitarle importancia, fue algo más que curioso, me levanté del mismo suelo, hasta donde había planeado con poca gracia y ningún estilo. La buena noticia fue que nadie se encontraba mirando, por lo que se evitaron las posibles carcajadas de desalmados con mala leche.

No sé qué clase de elefante pudo dejar por allí aquella montaña innombrable de heces, pero vamos, si su culo era acorde al mojón, imagino que necesitará veinte sillas para reposar semejantes nalgas demoníacas.

Mi consejo de hoy es que no está de más mirar al suelo, pudiendo evitar así ciertos sustos y males mayores, dado que hay especímenes sin miramientos que arrojan sus miserias más profundas  al empedrado. Y ahí se quedan, aguardando en calma. Un asco.

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