Ver trabajar a Antonio López es un privilegio. Dar con él no es tarea fácil, a no ser que conozcas a alguien de su entorno, y puedas llegar hasta el lugar donde da vida a sus obras. Allí, sin escatimar en ruidos de fondo, se concentra y trabaja, ante la atónita mirada de quien ha seguido sus creaciones con interés.
Este pintor y escultor español, natural de Tomelloso (Ciudad Real), ya se movía como pez en el agua entre las artes, dibujando con enorme desenvoltura, influenciado por su tío, el también pintor Antonio López Torres. Decidido a lanzarse al mundo de las musas, llegó a Madrid, allá por el año 1949, ingresando en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde alumbró, con otros genios como él, lo que llegó a conocerse como la “Escuela Madrileña”.
Amante de la pintura italiana, pero mucho más de la española, su gran talento fue un peregrinaje que le llevó por el tiempo hasta nuestros días y, cuando echa un vistazo hacia atrás, recuerda con devoción los aplausos y galardones que ha recibido, por cierto, muy merecidamente.
La obra que muestran las fotografías pertenecen a “La Mujer de Coslada”, de cinco metros de altura y tres mil kilos de peso. Ser testigo de su evolución y poder fotografiarles fue, sin lugar a dudas, un honor para mi cámara y para mí.
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