A veces me gusta pensar que vamos hacia delante, prosperando y colaborando en la creación de un mundo mejor y más adaptado a las necesidades de todos. Pero, si bien es cierto que todo lo que sube acaba bajando, las expectativas ilusionantes que me envuelven, terminan yéndose por el sumidero de esa descarnada realidad que nos cuesta reconocer.
El mundo está en horas bajas, por mucho que nos vendan esa idea pincelada de entusiasmo, cuando todo esto no es más que un espejismo retorcido con retazos de constantes mendacidades, cuyo origen es el de siempre.
Hubo un pasado en el que muchos imaginábamos con llegar a estos días, embelesados por los avances y, sobre todo, con un bienestar global. Antaño, imaginábamos un mañana floreciente y seguro, lejos de quimeras irrealizables, pues habríamos cambiado de ciclo, y los humanos podríamos entendernos en un camino de armonía y adelantos increíbles. Y aunque hemos escalado mucho desde entonces, la abundancia y la solidez que inundaba nuestro afán, se está disolviendo a pasos de gigante.
Soñé con urbes del futuro revestidas con resplandecientes neones, vehículos voladores y otros adelantos que solo el cine podía crear. Soñé con una humanidad nueva, respetuosa y civilizada, coexistiendo en calma y aprendiendo del pasado. Quise creer que llegaríamos a un tiempo así, pero el propio ser humano hace que todo se envicie y acabe descarrilando.
Hoy, no tenemos nada seguro. Todo se tambalea, las previsiones se alteran a un ritmo inusitado y lo que poseemos en este instante, puede que desaparezca sin más. Y aunque la vida sigue, no vivimos, sino que resistimos, intentando no perder más derechos, libertades, posición o valores, como los sueños que hemos ido dejando atrás.
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