lunes, 4 de diciembre de 2023

Navidad en el centro de Madrid





 

El hervidero en el que se convierte Madrid cuando llega la Navidad, asombra. Calles como la de Preciados se convierten en las más transitadas, casi invadidas, por todas aquellas personas que se echan al paseo, envueltas en ropajes que aíslen del frío madrileño. La zona del centro se convierte en un tortuoso territorio del que, a veces, no resulta nada sencillo escapar. Y cuando uno es consciente de la aventura a la que se enfrenta, más le vale tener una buenas dosis de paciencia, pues ni siquiera las prisas caben entre tanta muchedumbre.


jueves, 22 de junio de 2023

¿Bancos? ¡Vergüenza y Asco!


 

Los bancos tienen la capacidad de exasperar al más pintado con sus abominables desconsideraciones, sabiéndose intocables y protegidos por los estados corruptos que amparan sus tejemanejes. Es tal la impunidad en la que se regodean que, a pesar del perjuicio que causan a la ciudadanía, con sus movimientos envenenados y sus imposiciones sin derecho a réplica, asoman la gaita muy triunfantes entre montañas de ganancias que no cesan de multiplicarse.

El asco de índole mayúsculo que me dan los bancos es de categoría cinco. Su desprecio hacia el tiempo que perdemos en cenagosas lagunas de incertidumbre, importándoles una mierda la desesperación que pueda causarnos la imposibilidad de llevar a cabo nuestras gestiones, es proporcional al recochineo por parte de sus peones ante nuestro enojo. Lo mismo les da que podamos lograr nuestro objetivo o no, si ellos no se llevan su cacho del pastel.

Esta mañana he acudido a una de tantas sucursales para intentar solventar un problema (otro más) con las dichosas aplicaciones para móvil, sin las que no se puede hacer ya prácticamente nada, por desgracia. Las puñeteras claves no coincidían, y el vomitivo invento anulaba el trámite continuamente, que no era corto, en realidad. Y allí, en mitad de aquella especie de oficina he estado peleando con la porquería de aplicaciones, durante largo tiempo, para nada, ya que, al final, se ha bloqueado nuevamente el jueguecito de mierda que nos imponen por pelotas.

Todo esto ha derivado en que no he podido encargar (ni pagar, evidentemente) un artículo, con mi tarjeta, que me resultaba bastante necesario. Claro, a la gente del banco les trae sin cuidado lo que nos pueda perjudicar el hecho de no poder comprar cualquier cosa, porque no es su problema, y en lugar de buscar soluciones alternativas, te largan de allí sin miramientos de ninguna clase.

Se escudan en que es Europa la que determina los pasos a seguir. Por tanto, como Europa propone y dispone, los ciudadanos tenemos que soportar la suela de su bota sobre nuestro cuello.

Europa es una mierda de basurero embadurnado de ideología enferma, repleta de chusma y la peor de las morrallas. Europa va a lo que va: a jodernos lo máximo que se pueda, mientras las élites nadan en poder y gloria a costa del daño infringido a la gente, al tiempo que disfrazan sus patadas de caricias, y nuestra calidad de vida se va desmoronando por el sumidero.

Mientras sigamos permitiendo que nos usen como papel de culo, todo irá a peor. La minucia que hoy me ha sucedido no es más que un grano de arena en ese desierto de inmundicia del que brotan los réprobos bancos. Cuando queramos darnos cuenta de que somos las patas que sostienen su chiringuito, quizá entonces comiencen a derrumbarse las piezas que ahora mismo dominan el tablero.

Por cierto, y por si no lo he dicho, ME CAGO EN LOS BANCOS.


miércoles, 14 de junio de 2023

Algún día


 

Él no quería estar solo. La única compañía que necesitaba era la de su abnegada madre, afligida por la tortura de estar sobreviviendo a tan amargos momentos, mientras su hijo se consumía en aquella cama de hospital. Ella no sentía ni frío ni calor, solo miedo. Mucho más que eso, el pánico estrangulaba cada posible movimiento de su cuerpo, agotado por la falta de descanso, y a pesar de haber cruzado el límite, la mujer continuaba despierta, al lado del único hijo que no tardaría en dejar de asir su mano para dejarla caer.

La sensación de incalculable vacío que ella comenzaba a tener, inundaba de sollozo sus inconsolables ojos, desbordados de lágrimas, despeñadas entre su blusa, desdibujando entre destellos la imagen de quien más quería. Ya nadie podía cambiar un desenlace que comenzaba a suceder, mientras las fuerzas decrecían y sus dedos comenzaban a deshilacharse. Ella contuvo la respiración lo más que pudo, mirando a los ojos a su hijo, demasiado vidriosos para asegurar que albergaban vida, y fue cuando un tajante silencio se clavó en cada grieta de la habitación, percibiendo con horror cómo cualquier atisbo de existencia se alejó de su cuerpo.

Sin saber qué hacer, con la mirada hundida en aquellas pupilas perdidas, todo el peso de este injusto mundo se derrumbó sobre su espalda. El dolor más terrorífico cubrió con su negro manto las paredes de aquella fúnebre estancia, mientras ella seguía aferrada a la mano del cuerpo sin vida de su pequeño.

Al otro lado, el niño ya era luz. Sin comprender nada, se percibió a sí mismo como un halo brillante que deambulaba a través de un túnel. Al fondo, un increíble destello, como jamás advirtieron sus ojos físicos, refulgía al final del pasaje, hacia donde se dirigía a pasos vacilantes, sin entender nada de lo que acontecía allí. El recién llegado cruzaba un conducto luminoso, alumbrado por colores que jamás había contemplado, y unos sonidos igualmente desconocidos parecían acompañarle a cada paso. Pero el llanto de su madre podía escucharlo, y fue cuando él se volvió, viéndola en la habitación, sentada junto a su cuerpo inerte, sin soltar su mano ni un instante. El niño sintió pesar, tristeza encerrada en su nuevo ser, pero al mismo tiempo sentía amor; un amor como nunca lo había vivido, aferrado a cada parte de la luz que formaba su nueva esencia. Aquella percepción de un increíble amor absoluto, junto con las maravillosas luces y fascinantes sonidos que le arropaban, abrieron aún más el fulgor del final, del que surgieron figuras que el niño pudo ir reconociendo, a medida que se le acercaban. Su abuelo, de quien nunca pudo despedirse en vida, le recibía con una sonrisa, al igual que otros familiares a los que ni siquiera llegó a conocer. Su único perrito, al que tiempo atrás hubo que sacrificar, por una terrible enfermedad, también estaba allí, aguardando la llegada. El niño miro de nuevo hacia atrás, y quiso acercarse otra vez hasta la habitación donde su madre, desconsolada, quedaba sumida en lo único que ya podía tener de su hijo, los recuerdos. Él intentó alcanzarla con sus manos, pero no pudo. Solamente podía verla, cada vez más lejana, hasta que todo se fue desdibujando y desapareciendo.

-Mamá, estoy bien. No llores, por favor. Estoy aquí, ¿no me ves? Mírame, mamá.

El niño no recibió respuesta alguna. La madre navegaba en el llanto, y todo era tristeza y desolación. Para ella, cada resquicio se tornó oscuro, y el ingente dolor oprimía como el peor de los martirios.

En la luz, la claridad aumentó de tamaño, y lo llenó todo. Unas puertas interminables se abrieron, y las almas comenzaron a cruzar el umbral. Todo era calma, amor y esperanza. Comenzaba una nueva vida más allá del entendimiento, donde todos, algún día, nos reuniremos de nuevo.


martes, 4 de abril de 2023

Nunca dejes de creer


 

Puedes tener depositada toda tu confianza en un ser superior, y eso es algo que nadie te puede arrebatar. Pero recuerda que, si hay alguien en quien debes creer sin condiciones de ninguna clase, es en ti. La vida galopa, y tú con ella. Donde quieras llegar es cosa tuya. Cree en tus posibilidades, en tu fortaleza, en tu valía. Jamás permitas que nadie menosprecie tus capacidades, porque no hay límite para todo aquello que ansíes. Lucha, avanza y conquista. Y si miras hacia atrás, que solamente sea para ver a tus adversarios caídos.  

jueves, 30 de marzo de 2023

Borregos al matadero


 

Hay personas que, por su edad, han vivido toda clase de vicisitudes, teniendo que lidiar con lo malo y lo peor de la vida. Lo bueno se lleva de maravilla, pero cuando una mala racha llega hasta ciertas personas, no siempre tienen el mismo nivel de fortaleza para acometer sus consecuencias.

La pandemia que se ha llevado a tanta gente, es algo que, quizá, jamás sepamos sobre su origen real. La plaga que llegó, o que fue soltada deliberadamente,  hizo estragos, a todos los niveles, y la vida de todos cambió. Confinamientos masivos, multas, vigilancia y miedo.

Después llegaron las célebres vacunas. Los laboratorios se han lavado las manos, desentendiéndose de los más que posibles, reales, efectos secundarios. Mucha gente ha sido inyectada, precisamente para “salvarles” del bicho demoledor. Y tras las inoculaciones, enormes cantidades de personas han comenzado a sufrir otros tipos de dolencias, incluso fallecimientos, para las que los médicos, en líneas generales, han optado por justificar con ambigüedades.

Se dijo al mundo que la única solución frente a la pandemia era la todopoderosa vacuna, y que todo aquel que no fuera “inmunizado” caería irremediablemente en las garras de la enfermedad. Como borregos en fila, mesnadas de sumisos acudían a los “vacunódromos”, caminando y hasta en coche, para sacar su brazo y presentárselo al propio de turno.

Pero mucha gente ni siquiera enfermó, al igual que fueron grandes huestes de “ingobernables” los que no dieron su brazo a torcer. Estos, no quisieron someterse a lo que entendían como un experimento, más que como una cura. La opacidad de las élites ( políticos, laboratorios farmacéuticos, prensa, empresas involucradas, etc.) no hacían más que arrojar sombras sobre las ya de por sí constantes dudas que un gran sector de gente seguía teniendo.

La pretendida obligación que anulaba la libertad individual, era algo que clamaba al cielo. Pero, más allá de eso, ha existido una permanente hostigación contra todos los que, en su perfecto derecho, se negaban a ser inoculados con componentes desconocidos, almacenados en viales, tras escuetos estudios que se hicieron a marchas forzadas, cuando son décadas lo que se puede tardar en dar vida a un estudio fiable.

Pasado un tiempo, las secuelas de las vacunas ya estaban en boca de todos. Cada vez eran más los partidarios en asegurar que las consecuencias por el pinchazo iban más allá de un simple dolor de cabeza o malestar general. Y, a pesar de la constante ocultación de datos, por parte de todos aquellos que manejan las cifras, estaban las evidencias y el sentido común.

En mi caso, y tras vacunarme tres veces con la vacuna (para mí ha sido un veneno) mis importantes dolores de cabeza (que nunca antes tuve) han ido en aumento, tras cada estocada. Además, mis articulaciones se han visto más débiles, y por tanto, doloridas, a medida que me suministraban los pinchazos. Mi caso es uno más de los millones de perjudicados por todo este despropósito que nos ha tocado vivir.

Entre los casos más cercanos, he tratado con personas que, al igual que yo, sufren los mismos efectos indeseados , y otros, como alteración de la temperatura corporal, dolor muscular permanente, pérdida de olfato, problemas con las articulaciones y ligamentos, deficiencias cardíacas, incluso fallecimiento tras la vacunación.

Pero nadie va a responder sobre esto, por supuesto. Nadie va a responsabilizarse de tamaña masacre. Nadie tiene lo que hay que tener para reconocer que el fallo ha sido garrafal, y la sociedad, en su conjunto, nos hemos visto envueltos en una trampa mortal, mientras otros (muchos) se han enriquecido a mansalva a costa de nuestro sufrimiento.

¿Caerán algún día? ¿Pagarán por sus inhumanos actos? Pues dada la deriva que lleva todo, lo dudo bastante. 

Parece mentira lo poco que vale la vida humana cuando se trata de atiborrar el bolsillo.

 

 

miércoles, 29 de marzo de 2023

El mundo que creíamos ayer



 

A veces me gusta pensar que vamos hacia delante, prosperando y colaborando en la creación de un mundo mejor y más adaptado a las necesidades de todos. Pero, si bien es cierto que todo lo que sube acaba bajando, las expectativas ilusionantes que me envuelven, terminan yéndose por el sumidero de esa descarnada realidad que nos cuesta reconocer.

El mundo está en horas bajas, por mucho que nos vendan esa idea pincelada de entusiasmo, cuando todo esto no es más que un espejismo retorcido con retazos de constantes  mendacidades, cuyo origen es el de siempre.

Hubo un pasado en el que muchos imaginábamos con llegar a estos días, embelesados por los avances y, sobre todo, con un bienestar global. Antaño, imaginábamos un mañana floreciente y seguro, lejos de quimeras irrealizables, pues habríamos cambiado de ciclo, y los humanos podríamos entendernos en un camino de armonía y adelantos increíbles. Y aunque hemos escalado mucho desde entonces, la abundancia y la solidez que inundaba nuestro afán, se está disolviendo a pasos de gigante.

Soñé con urbes del futuro revestidas con resplandecientes neones, vehículos voladores y otros adelantos que solo el cine podía crear. Soñé con una humanidad nueva, respetuosa y civilizada, coexistiendo en calma y aprendiendo del pasado. Quise creer que llegaríamos a un tiempo así, pero el propio ser humano hace que todo se envicie y acabe descarrilando.

Hoy, no tenemos nada seguro. Todo se tambalea, las previsiones se alteran a un ritmo inusitado y lo que poseemos en este instante, puede que desaparezca sin más. Y aunque la vida sigue, no vivimos, sino que resistimos, intentando no perder más derechos, libertades, posición o valores, como los sueños que hemos ido dejando atrás.

 


viernes, 24 de marzo de 2023

Antonio López y La Mujer de Coslada



 

   Ver trabajar a Antonio López es un privilegio. Dar con él no es tarea fácil, a no ser que conozcas a alguien de su entorno, y puedas llegar hasta el lugar donde da vida a sus obras. Allí, sin escatimar en ruidos de fondo, se concentra y trabaja, ante la atónita mirada de quien ha seguido sus creaciones con interés.

   Este pintor y escultor español, natural de Tomelloso (Ciudad Real), ya se movía como pez en el agua entre las artes, dibujando con enorme desenvoltura, influenciado por su tío, el también pintor Antonio López Torres. Decidido a lanzarse al mundo de las musas, llegó a Madrid, allá por el año 1949, ingresando en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde alumbró, con otros genios como él, lo que llegó a conocerse como la “Escuela Madrileña”.

   Amante de la pintura italiana, pero mucho más de la española, su gran talento fue un peregrinaje que le llevó por el tiempo hasta nuestros días y, cuando echa un vistazo hacia atrás, recuerda con devoción los aplausos y galardones que ha recibido, por cierto, muy merecidamente.

   La obra que muestran las fotografías pertenecen a “La Mujer de Coslada”, de cinco metros de altura y tres mil kilos de peso.  Ser testigo de su evolución y poder fotografiarles fue, sin lugar a dudas, un honor para mi cámara y para mí.


miércoles, 22 de marzo de 2023

El viajero encapuchado



 

El viajero encapuchado, el nómada que deambula por tierras lejanas, se deja ver de vez en cuando. Nada le frena, porque a nada se siente atado, y su vida gira en torno a la libertad. Observa, de detiene, deleita sus sentidos y continúa su camino. Con nadie de mete, ni deja huella. Es un fantasma bohemio que prefiere recorrer el mundo antes que dejarse vencer, irremediablemente, por los años que galopan en su contra.  

domingo, 19 de marzo de 2023

La cabaña


 

De los paseos desorientados convertidos en extravío absoluto, recuerdo con claridad meridiana aquel que me llegó a inquietar tajantemente. Perderse en un bosque desconocido no es algo deseable, sobre todo cuando la noche amenaza con adueñarse de los entornos. Al caer la oscuridad, de forma irremediable, las sombras comienzan a cobrar forma, y las simples pareidolias arañan las puertas de nuestro miedo para dejarlo salir.

A pesar de los avances tecnológicos, la cobertura de mi teléfono estaba más ausente que nunca. No podía hacer llegar ni el más leve aviso a nadie, y las horas oscuras arriaban, acompañadas de un frío inusual que surgió de improviso. La niebla a ras de suelo parecía poseída, mostrando una especie de baile irreal y sobrecogedor, dejando despejado el único rastro de rala hojarasca que obligaba a ser caminado. Más allá de lo apenas visible, el bosque, espeso e interminable, escondía más secretos de los imaginables, pero no era el único.

Sin ser capaz de comprenderlo, entre la bruma, una vieja cabaña se exponía, desvencijada y oscura, con el paso de los años ligados a sus listones, enterrados desde su base en aquel inerme terreno. Nadie me esperaba en ninguna parte, y reconocer aquello me aterraba, pues aquella noche podría haber sido la de mi desaparición para el mundo, ya que no había un alma allí. O sí.

La puerta de la cabaña permanecía abierta, y no dudé en cruzar el umbral. Por suerte, la linterna de mi móvil funcionaba, y pude usarla para intentar encontrar algún interruptor, pero la civilización pareció olvidar aquel chamizo. Todo crujía allí dentro, donde el olor a rancio era lo de menos, pues deseaba hallar el modo de encender alguna luz con la que poder alumbrar aquella extraña covacha y quitarme de encima la sensación de estar observado por algo. Pero, por más que busqué, la electricidad allí era un lujo inexistente. Afortunadamente, un par de velas hacían cuerpo sobre un aparador, y cerca de ellas encontré unas cerillas con las que prender su acartonado pabilo.

Una vez que la luz se hizo hueco entre las maderas del viejo bohío, sentía el tangible abandono en cada hendidura. Había que tener un extremo cuidado al dar un paso allí dentro, pues no eran pocos los clavos que asomaban de los tabiques, seguramente impregnados con toda clase de inmundicias. No era ni el momento ni el lugar para infectarse con nada, pues desconocía cuánto tiempo estaría allí perdido, sin poder recurrir a un simple medicamento. Lo único que podía hacer era esperar a que pasase la noche, resguardado, al menos, de las bajas temperaturas.

Con la ayuda de la primera vela encontré otras, que también encendí. Pude colocarlas en diferentes lugares, para distinguir mejor aquel interior, y toparme con un jergón que me serviría de cama. Después advertí el hogar de una chimenea, apenas alumbrada por el resplandor de la vela más cercana, y no tardé en acopiar algo de leña seca, que reposaba a su izquierda, para encender unas astillas y caldear la estancia.

Con todo aquello, mis preocupaciones mermaron, disponiéndome a descansar bajo techo, para reanudar mi camino con la llegada del sol. De mi mochila extraje un abrigo de repuesto, que usé como manta y, recostado en aquel camastro, cerré los ojos y me relajé. Pero mi calma no duró mucho tiempo, porque no estaba solo. Esa fue la sensación que tuve al llegar, y con aquel chasquido me reafirmé; un ruido acompañado de un susurro, tan cercano que noté un frío aliento sobre mi cara. Nada se veía, pero allí había algo, y no era una persona ni un animal. Guardé silencio, como jamás en mi vida, pudiendo escuchar mis propios latidos acelerados, haciendo lo posible por agudizar mis sentidos e intentar descubrir el origen de mi miedo, pero no era capaz. Y mientras afinaba la vista para vislumbrar mi entorno, sobre mi hombro sentí una carga, como una garra que me apretaba con desprecio y empezó a zarandearme, empujándome hacia la pared para evitar que me levantase. Tragué saliva sin poder evitarlo, como tampoco podía eludir un pánico creciente hacia lo desconocido, mientras los ruidos se tornaban estridentes y el frío creció inusitadamente. El fuego comenzó a extinguirse, al igual que la llama de cada vela, y el ente que me sujetaba lo hacía con más fiereza, balbuceando un extraño lenguaje a la vez. Hubo un instante que lo di todo por perdido, reconociendo que había entrado donde jamás debía, y en mitad de aquellos pensamientos, a punto estuve de desfallecer.

Por fortuna, y sin saber exactamente de dónde, saqué fuerzas suficientes para desenmarañarme de aquella garfa y escapar, aterrado y quejumbroso, hasta el exterior, en pleno bosque, bañado por las nieblas y los gritos de las criaturas de la noche. Y allí, aguardé el amanecer, agotado, de pie y congelado, pero vivo.

 

 


sábado, 18 de marzo de 2023

Las sorpresas de la vida


 

No hay un solo día sin sorpresa. Eso es lo que me solían decir, hace ya algún tiempo, y bien cierto que era. No obstante, hay que aclarar  que esos obsequios pueden venir embalados de muy diversa manera. Por tanto, hay días que recibimos agasajos de la vida, pero también podemos obtener incómodos presentes, como el que quiso llegar hasta mí la semana pasada.

Salía de mi casa, como cada mañana, encontrándome con un sol de justicia, impropio de aquellas horas. Desvié la mirada para evitar deslumbrarme, pero dejé de prestar atención a mis pasos, cosa que hago de forma habitual, confiando en el terreno, bajo mis pies. Y fue ahí donde el error resultó mayúsculo, pues ahondé mi zapato derecho en una enorme y descompuesta mierda, originando el consiguiente resbalón. El patinazo fue tal, que aterricé contra unos cubos amarillos, que no se metían con nadie, al otro extremo de la acera. Tras el golpe, que sin quitarle importancia, fue algo más que curioso, me levanté del mismo suelo, hasta donde había planeado con poca gracia y ningún estilo. La buena noticia fue que nadie se encontraba mirando, por lo que se evitaron las posibles carcajadas de desalmados con mala leche.

No sé qué clase de elefante pudo dejar por allí aquella montaña innombrable de heces, pero vamos, si su culo era acorde al mojón, imagino que necesitará veinte sillas para reposar semejantes nalgas demoníacas.

Mi consejo de hoy es que no está de más mirar al suelo, pudiendo evitar así ciertos sustos y males mayores, dado que hay especímenes sin miramientos que arrojan sus miserias más profundas  al empedrado. Y ahí se quedan, aguardando en calma. Un asco.

martes, 14 de marzo de 2023

Aquella mirada


 

En los caminos uno encuentra lo más insospechado. Paseos sin más ambición que el silencio, llegan a convertirse en un bálsamo que nutre el alma, sobre todo al contemplar la serena mirada de un bohemio rocín, cruzado en mi recorrido. No era el más esbelto, ni, por tanto, el más llamativo, pero gozaba de magia en sus fanales, resplandeciendo un idioma que lanzaba sin palabras. Nos quedamos quietos, cercanos y en calma, como si nos conociéramos de otras vidas. El entorno se tintaba con una noche temprana, con las aves ya enmudecidas y esencias tostadas de lumbres en decadencia. El petiso asintió, reflexivo, con la cortesía que muchos no tienen, prosiguiendo sus andares hasta desvanecerse en lo más hondo de la fronda. Sin dar un solo paso más, contemplé su marcha, y a medida que desaparecía bajo el manto de frías nieblas, supe que recordaría aquella sincera mirada que cuántos seres querrían tener.  

viernes, 10 de marzo de 2023

Soledad


 

La soledad buscada tiene esa parte de necesidad, que casi todo el mundo precisa, en ciertas parcelas de la vida. El aislamiento ofrece, en multitud de ocasiones, la posibilidad de alcanzar el autoconocimiento personal, mientras el refugio en el silencio se hace evidente. El pasar del tiempo en mitad de un destierro elegido, puede suponer ese reinicio imprescindible para situar cuanto nos rodea en el lugar correspondiente.

Pero existe una soledad obligada, no buscada, que ancla en la melancolía a demasiadas personas, cuando además, por desgracia para ellas, soportan con impotencia el avance de las estaciones. La ancianidad arraiga con fiereza sin poder huir de sus garras, y el dolor de la verdad se expande cuando alguien se siente de más. Hace falta ser inhumano para desentenderse de quienes padecen el injusto desamparo de esta vida cruel, abandonando a su suerte a personas que son cada vez más dependientes.

Como voluntario en hospitales de enfermos terminales, me horrorizo con las historias que hay detrás de ciertas miradas. Muchos enfermos inermes fueron literalmente olvidados por los suyos, como si ya no tuvieran cabida en este mundo. Personas indefensas, desabrigadas por completo, fondeadas en una cama y sin más horizonte que un ventanal. Hombres y mujeres que aguardan el momento de su partida, sin el tacto de cariño de quienes son su familia, en una lejanía que no llegan a comprender.

Lloran, se sinceran, se abren a quien se acerca, buscando un ápice de comprensión y de afecto, mientras alzan su mano, los que todavía pueden, para sentir esa pizca de bondad, que ya apenas recuerdan. Y mientras asumen que el tiempo galopa en su contra, entrelazan sus débiles manos, casi siempre doloridas, con las de alguien de buen corazón que les ofrezca un poquito de apego.


jueves, 9 de marzo de 2023

No perdamos la esperanza


 

No sería de extrañar que, cualquier mañana, amaneciésemos con la noticia más terrorífica, lanzada al aire. Si estamos todavía en pie, intentando llevar una vida lo más normal posible, es de milagro. Si tenemos en cuenta las manos en las que nos encontramos, a nivel mundial, es asombroso que la raza humana sigamos poblando este planeta.

Aquellos que manejan los hilos desde las élites, parecen estar tejiendo un plan, cuyo final puede que no sea del todo satisfactorio para la gente. Nuestro bienestar no lo tenemos asegurado, ni siquiera a medio plazo, visto lo visto. Por eso, el día menos pensado, el cielo podría teñirse con deslumbrantes llamaradas, demostrando  que todo lo que sube, baja. Si a alguien se le ocurriese la idea de arrasarnos, pulsando el temido botón del apocalipsis, no creo que resulte sencillo encontrar  cobijo donde guarecerse.

Las penurias con las que convivimos ahora, se quedarían completamente empequeñecidas ante la devastación que podría llegar. Pero lo último que se pierde es la esperanza.


martes, 7 de marzo de 2023

Espérame en la luz


  

Las experiencias cercanas a la muerte siempre han existido. Forman parte de aquello que muchos piensan que es fantasía, cuando las personas abandonan la vida para dejar de existir por completo. Y es que es mucho más fácil negar lo que no se entiende, en lugar de indagar e intentar comprender lo que, en realidad, es una verdad universal: Hay vida después de la vida.

Uno de tantos relatos con lo que nos hemos cruzado, es el de un hombre que sufrió una parada cardiorrespiratoria, justo en mitad de una intervención quirúrgica. Todo iba bien, hasta que su corazón se detuvo, dando origen al desconcierto entre el equipo médico y, por supuesto, a la experiencia en sí misma.

El paciente, cuyo nombre era (y sigue siendo) Guillermo, creyó despertar de repente, tras notar una especie de tirón muy enérgico hacia los pies, tras lo que experimentó una sensación que, según nos contaba, no podía describir. La emoción que sintió en aquellos momentos, de duración indeterminada, no era comparable a ninguna otra que pudo sentir en toda su vida. Apreciaba colores indescriptibles, efectos auditivos inenarrables a su alrededor, a la vez que advertía presencias desconocidas en torno a su ser. Todo ello, en mitad de un clima de amor absoluto, de paz y de bienestar, que acariciaban cada partícula de lo que creía que era un cuerpo, el suyo, pero que no sentía como tal.

En mitad de ese lógico desbarajuste, Guillermo podía ver toda la escena desde lo alto, como adherido al mismo techo, observando desde arriba a los médicos reanimar el cuerpo que, al principio, él no reconoció. Cuando cayó en la cuenta de que se trataba de su cuerpo, el asombro aumentó, pero en ningún momento tuvo miedo o angustia por todo aquello, sino todo lo contrario. Guillermo estaba envuelto en la calidez absoluta, sin apreciar dolor de ninguna clase, ni la más mínima molestia. Y mientras miraba hacia abajo, el equipo maniobraba a contrarreloj  para traerle de vuelta, porque, según le contaron después, llevaba más de un minuto sin responder a las maniobras de reanimación.

Guillermo nunca ha sabido determinar la duración de su ECM, por lo que, posiblemente, el tiempo fuera del cuerpo se comporte de manera distinta a lo que estamos acostumbrados. Pero, lo que sí tiene meridianamente claro, es que tras esta vida, la que conocemos en el mundo, existe otra, alejada del dolor y el sufrimiento.

Algún día, todos y cada uno de nosotros, usaremos ese billete de ida, comprobando que las palabras de Guillermo, al igual que las de miles de personas que estuvieron a las puertas de la muerte, tienen una explicación. Porque esta vida es un camino de aprendizaje, y, llegado el momento, volveremos a la luz.

 

lunes, 6 de marzo de 2023

¿Cuánto tiempo nos queda?


 

¿Cuánto tiempo nos queda? Esa es una de las grandes preguntas que nos hacemos en este momento. Es posible que sea la duda actual más importante, dadas las circunstancias que nos rodean. No hay un solo día que no nos embadurnen con noticias, a cual peor, sobre la situación coetánea en el mundo. Engaños, cortinas de humo, disfraces falaces lanzados en forma de mugrientos embustes, recorren cualquier  estancia con el ánimo de seguir mintiéndonos. Mientras tanto, todo se derrumba a nuestro alrededor, y continuamos preguntando al viento: ¿Cuánto tiempo nos queda?

Es imposible obviar que la vida que conocíamos no volverá. Han acontecido eventos calamitosos durante los últimos años, y los adalides que prometieron cuidar de nuestros intereses, únicamente vigilan los suyos. Caemos irremediablemente y sin frenos por un pozo sin fondo. La sociedad sufre una enorme división, por lo que todos lidiamos con el malestar que producen sentimientos que estaban enterrados, como los viejos rencores de los que la mayoría ni recordaba. Por culpa de aquellos resentidos que no han parado hasta vernos enemistados de nuevo, sobrevivimos en un mundo que puede verse todavía más herido, y de forma irremediable.

La escasez, el hambre y el dolor, se reparten por el planeta. La enajenación más nauseabunda lidera los puestos de responsabilidad, desde donde dicta y maneja sus depravadas doctrinas, corrompiendo a menores, abarrotando de delincuencia las calles, fomentando odio, robando a manos llenas y destruyendo la vida. Los conflictos armados han regresado, cuando creíamos que pertenecían a un arrinconado pasado. La angustia por la supervivencia es ya una red interminable que todo lo abarca. El presente está pintado con los ecos más infames del pasado, y el futuro que nos viene solo trae cielos oscuros.

Mientras tanto, volvemos a preguntarnos: ¿Cuánto tiempo nos queda?

Nadie lo sabe. 


domingo, 5 de marzo de 2023

En mitad del camino


 

Buscando la Ciudad Prohibida alguien salió a mi paso. Un monje de extraña apariencia me lanzó una pregunta, bajo la inquietante máscara que portaba, en mitad de mi desconcertante camino. Por el tono empleado deduje que mi respuesta esperaba, pero ni siquiera entendí el idioma, si es que lo era, con el que se dirigía a mi persona con tan brusca contundencia. En mitad de mi recorrido, dejando al descubierto lo que anduve persiguiendo, se erigía la figura de oculto semblante, protegido bajo lo que desprendía un fulgor turquesa, fijando su supuesta mirada en mí, firme e imperturbable, sin dejar clara su intención final.
Pero no me encontraba ante la orilla del río Aqueronte, ni aquel ser tenebroso resultaba ser Caronte, ni era el barquero de Hades. El monje de la máscara solo quería advertirme, ya que en mi viaje encontraría peligros a los que no todos saben combatir. Aquel cenobita no era hostil, sino un afable aliado que mostraba la senda correcta en un mundo devastado.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Sobrenatural


 

Los bosques no quieren esconder su magia, sino que la muestran de par en par. Pero, como todas las cosas en esta vida, hay que saber mirar, consiguiendo distinguir lo insípido de lo asombroso, siendo esto último lo que nos suele llenar de admiración. Hay veces que, sin esperarlo, nos cruzamos con seres misteriosos, como surgidos de algún tipo de encantamiento. Ciertas criaturas gustan de mostrar su arcana belleza, entre densas arboledas de pálidos entornos, quizá mezcladas entre nieblas abrazadas al viento.

Una de tantas mañanas, ante mi desconcertada mirada, aquel unicornio blanco garbeaba con firme elegancia, indiferente a lo circundante, con paso lánguido y reposado, expandiendo su encanto interminable. El tiempo sucedía, impasible y certero, y en mitad de su recorrido me detuve a observar, con sólido asombro, aquella impresionante maravilla que quiso regalarme su presencia.


domingo, 26 de febrero de 2023

Siempre hay una salida


Quizá exista un miedo real a la negrura, cuando se instala tan cerca que nos envuelve. Es posible que los ecos inocentes de la noche se transformen en aullidos. El miedo puede ser tan innegable que no seamos capaces de avanzar. Pero siempre nace un destello que nos señala una salida.

Guía


 

Hasta en los lugares más sombríos, existe un guía portador de consejos que debemos seguir. Es una luz que centellea, aunque no siempre seamos capaces de distinguirla. Aparece entre la maleza, susurrando en el silencio, a campo abierto o incluso cerca de ti. Puede que la distingas o puede que ni siquiera la percibas, pero ahí está, esperando la aquiescencia. Y será entonces, cuando los caminos se iluminen, la oscuridad se desvanezca y las dudas se empiecen a diluir.

Coco - Vídeo